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viernes, 4 de julio de 2014

A la deriva, de Horacio Quiroga / Carolina Domínguez Torres

            La primera vez que leímos esta historia en clase no entendí nada, ni siquiera me llamó la atención. No fue, sino hasta que la leí en mi casa, que pude apreciarla con calma y ver que es bastante interesante.
            Me gusta el personaje de Paulino. Su terquedad por sobrevivir a la picadura de la víbora es impresionante. Él decidió no morir. Primero trató con remedios caseros, supongo que pensó que tomando caña, o aguardiente, o lo que fuera ese líquido, los síntomas disminuirían y tendría la oportunidad de ir con un doctor para que lo ayudara. Al ver que nada le hacía efecto, tomó medidas drásticas, y se aventuró en la búsqueda de su amigo, en Tacurú-Pucú.
            Él tenía la esperanza de aguantar aproximadamente cinco horas de viaje remando hasta el centro del Paraná, pero en sus condiciones era claro que nunca llegaría. Después de vomitar de nuevo, le pidió ayuda a su compadre Alves, quien no respondió porque quizá no alcanzó a escuchar los gritos de quien alguna vez había sido su amigo.
            Luego el autor describe una bonita puesta de sol que me encantaría ver, mientras Paulino alucina sobre la última vez que vio a su patrón, y la fecha en que lo conoció. Menuda locura que invadió su mente antes de dejar de respirar.
            Bueno, hasta aquí llegó Paulino. Podemos decir que hizo todo lo que estaba a su alcance para no morir envenenado. Yo creo que era más fácil pedir ayuda una vez que llegara al pueblo, pero por alguna razón, él quería acudir a su compadre Alves. Tal vez ya sabía lo que le esperaba, y quiso reconciliarse con él antes de que fuera tarde.
            Pienso en el instinto que tenemos de mantenernos con vida, de no hacernos daño, de buscar nuestro bienestar y comodidad, y de cómo esto nos ha llevado inclusive a abusar de otros con tal de conseguir nuestros egocéntricos objetivos. Y no es hasta que estamos enfermos que empezamos a valorar todo lo que tenemos y toda la belleza que hay a nuestro alrededor. No digo que andemos por cualquier parte haciendo lo que nos plazca y viviendo como si no hubiera mañana, sino que seamos un poco más tolerantes y seamos dignos del “era una buena persona” cuando muramos.
            El tremendo Paulino nos enseña a luchar por lo que deseamos, en este caso, la vida. Pero cuando nos toca, nos toca, y no hay nada que se pueda hacer al respecto, más que aceptar los hechos.


            Moraleja: Nunca es demasiado tarde para dar un paseo en canoa, a través del río, durante un bello atardecer, mientras estás a punto de morir, porque no te rendiste y decidiste que llegarías lo más lejos que las circunstancias te permitieran.

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