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viernes, 4 de julio de 2014

Explorar / Daniela Naivy Zúñiga

Explorar otros lugares, conocer su historia, sus costumbres, es una acción que nos permite agrandar nuestra cultura. Viajar es un placer, una necesidad, y para algunos, un escape.
Hay momentos en la vida de cada persona para volar hacia un ambiente distinto. Cuando me refiero a volar, hablo de cambiar de sitio. Incluso podemos cerrar nuestros ojos, imaginar un paisaje de nuestro agrado, cavilar momentos agradables, donde la armonía aborde el ambiente. Renunciar a un par de obligaciones por un instante, crear imágenes, visualizar colores,  reproducir de manera interna música de nuestro agrado, aparte de relajar la mente, sienta de maravilla.
Algunas personas están inmersas en la vida cotidiana, en el trabajo, la rutina: llevar al hijo a sus actividades vespertinas, preparar de comer, ir a la tintorería, congresos fuera de horario laboral, ir al dentista, todo eso es desgastante para nuestro cuerpo, y cuando podemos viajar, siento, el cuerpo lo agradece.
A quién no le ha pasado, va en el auto, con la mirada en la carretera, viendo cómo transcurre el tiempo, la variedad y velocidad del pasar de paisajes a través del vidrio. O tal vez, ascendiendo por el aire en un avión, incluso avanzando sobre el mar, el cuerpo se agota en el proceso, esperar llegar a un destino, desciendes del auto, avión, barco, y las fuerzas que te mantienen de pie se han ido, en ese instante, necesitabas cansarte. Entras a la habitación del hotel o alguna casa para hospedarte,  quedas rendido en un colchón, debes prepararte para lo que venga. Si no hiciste eso al estar frente un colchón, te aseguro, te dormiste en el camino.  
Opino, a todos nos gusta conocer otros lugares, unos quieren ir a territorios donde la temperatura es baja, donde hay la posibilidad de nevadas. Hay quien prefiere zonas cálidas, como las playas, para andar en traje de baño, modelar el cuerpo de envida que tienen, enterrarse en la arena, hacer castillos de arena, por cierto, nunca he visto uno que valga la pena. Cada persona tiene gustos distintos, raros para algunos. Algunos prefieren bosques, otros desiertos, cada quien hace y va a donde le plazca, el fin es gozar.
También cuenta como viaje el ir a una ciudad que queda a 40 minutos, no importa. El chiste de andar nomadeando, es conocer.
¿Cuántas personas sólo conocen su ciudad natal? ¡Muchísimas!
 No dudo que tengan conocimientos amplios de las tradiciones y costumbres de otras entidades del país o del mundo. No obstante, es distinto ver fotografías del lugar deseado, a arribar ese sitio, apreciando la atmósfera. Seas joven o adulto, vas a tener la inquietud de visitar algún país, ciudad, continente, rancho, villa, pueblo, establecimientos extranjeros, a personas distintas.
Para mí, hay dos clases de viaje, uno es en la mente de cada persona y el segundo es trasladarse a otros lugares.  
Conozco a algunas personas atrapadas en un ciclo de vida arcaico, hacen lo mismo a partir de la edad adulta, en la cual entran a una rutina y no hay fuerza capaz de irrumpir el periodo. En quienes observo este estilo de vida, es en personas laborando en empresas, despachos, oficinas, lugares cerrados, convirtiéndolos en sedentarios y vanos. No relajan su mente por el estrés. Están inmersos en el trabajo como para darse cuenta de lo acontecido a su alrededor, se aíslan y pretenden quitar el estrés con más carga de trabajo.
Tal vez piensen que viajar no es importante, respeto a las personas con esas opiniones, pero considero, es parte de la vida. Cambiar de rumbos, establecer expectativas de manera espontánea.
Si nosotros le damos al cuerpo la oportunidad de disfrutar en otros sitios, nos recompensará, de maneras desconocidas, pero el tiempo dirá y obrará.
No debemos desperdiciar tiempo, no debemos tener miedo de cambios en nuestra vida, siempre con una sonrisa en el rostro vamos a avanzar para tener la plenitud de vida, corriendo hacia un día soleado, satisfaciendo las necesidades del cuerpo.
En estos últimos meses experimenté cambios debido a viajes constantes. Por lo tanto, tal ha sido mi satisfacción en dichos viajes, pretendo exhortar a las personas a realizarlos.
No se extrañará un día nublado cuando se esté en un ambiente soleado. Donde el sol no se ha disfrazado de una perla entre la oscuridad del mar azul. No se va a tomar en cuenta un día acarreado de trabajo cuando se esté frente a la  danza peculiar realizada por un hombre de morado con cara oscura, mientras luce un sombrero cubriéndole las canas,  de zapatos brillantes y pies gloriosos. Tampoco recordarás la preocupación causada por la constante delincuencia de tu ciudad, mientras permanezcas en un restaurante al aire libre, ubicado frente al teatro, siendo pasadas las diez de la noche. Ordenas tu comida. El ambiente suena a melodías de amor, entonadas por tres jóvenes, uno suena la guitarra, mientras los otros dos cantan formando una armoniosa única voz.  
Evitemos caernos sobre altas olas con la fuerza suficiente para ahogarnos, y desistir de complacerse a uno mismo. 
Aún en un día grisáceo se puede conservar una pizca de esperanza, ya que no todos los viajes son como uno quisiera. En ocasiones el clima puede estar bien, y a los cinco minutos el cielo decide rociar las calles de asfalto con su agua vital. Con climas como estos también se pueden realizar actividades distintas. Podrás aprovechar para entrar a observar en distintas tiendas los productos, comprar recuerdos del lugar. Ir a comer en restaurantes nuevos y procurar pedir platillos ajenos a nuestro paladar. O permanecer en una banca, observar la precipitación, ver a los automóviles encender los parabrisas, y a los conductores aclarar la vista, evitar accidentes o derrapes.

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