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martes, 1 de mayo de 2018

Oxímoron / Eduardo Saldaña Ábrego / 2° semestre de preparatoria 2018


Oxímoron


Ambigüedades construyen a la vida. Semeja a un rompecabezas infinito; no hay límites, no existen las tinieblas ni la luz. El universo es la yuxtaposición del todo sobre la nada. Formamos parte del experimento de física cuántica más grande; somos superposiciones. Por la biología, sacos de tejidos y líquidos con un milagro bioquímico. Por la filosofía, cajas de dudas. Por la razón, objetos que piensan y viven. El camino para describirnos es intrincado; más bien, nulo. El espejo sólo refleja fotones, difusiones de luz y perspectivas.
Los dilemas del humano nacieron cuando se dio cuenta de su existencia; cuando abrió los ojos y notó que había diferencias. La naturaleza trabajó como una orquesta y la tez como una dicotomía. Nos dividimos en puros y en bastardos. Entonces, el poder llegó. Nubló la mente de cualquiera quien se acercaba. Con ello, surgieron religiones, reinos y rebeldes. Se volvió un periodo sanguinario y obsoleto. Resulta inconmensurable el número de guerras en el nombre de Dios. Con la biblia en el bolsillo y la espada bien empuñada, todo hombre defendía lo que ignoraba. Luchaban a ciegas con la supuesta bendición divina.
La historia transcurrió (y se cambió) hasta nuestros días. Cada quien excusa sus acciones porque el fin justifica los medios. Pero, ¿qué justifica al fin?
La gran demanda de habilidades y conocimientos en la actualidad carece de un sentido humano. Por todos lados, nos bombardean con la universidad, cursos, clases extracurriculares, certificados y ansiedad. Nadie se cuestiona si somos felices, ya que cada individuo debe de rascarse con sus propias uñas. De ser necesario, desgarrar al otro. Es el periodo de la computerización de la raza humana.
La vida ya no se rige por la moral, sino por la algoritmia cínica. Si no sirve un proceso, se le salta. Si no hay forma de realizar algo, se debe de hacer a cualquier costo; porque si no, el fracaso será tu aliado.
Por eso es imposible pensar que la vida es sencilla. Representa las contradicciones más fundamentales: la mentira honesta, la filantropía ambiciosa, la felicidad comprada. Incluso, en Ciudad Victoria, la frescura calurosa.
Tengo dudas y no respuestas. Soy el ser de mi todo y la nada de mi titiritero. Porto una máscara para protegerme, como cualquier habitante mundano. Funjo como la máquina manipuladora, el hijo bueno y el típico adolescente. Sigo unas modas, mas a otras las ignoro. Me considero como palabras y tinta; agua corriente y fuego. Viajo con equipaje; no tengo pertenencias. No soy de algún lugar. Nacimos en el Big Bang. Nos formamos en las supernovas de hace miles de millones de años. Nos transportamos en un asteroide en búsqueda de oxígeno. O, tal vez, personificamos la misericordia de un ser superior. No lo sé.
 Después, nos apiñamos alrededor del fuego con un augurio esperanzado. Creamos símbolos y dejamos legados. Volteamos a ver al Sol y reinaba la Luna. El tiempo se inventó. Nos vestimos como los emperadores del reloj; éramos pequeños infinitos. Mientras tanto, la ciencia esperaba impaciente para revelar pecados; el telón cayó.
De repente, se rompieron nuestros pilares. Caímos de bruces; el panorama se tornó negro. Aunque, entre tanta obscuridad, tintineaba una iridiscencia.  Nos captó un sutil aroma a libertad. Nos dimos cuenta que actuábamos a la casualidad hecha causalidad. Lo simple, se tergiversó. Las dualidades murieron para dar paso a lo humano: el pensar. Ya no hay grande ni pequeño; no existen los hombres ni las mujeres; desapareció lo antiguo y lo nuevo. Quisimos explicar lo inefable. Seguimos donde comenzamos, el todo sobre la nada: perspectivas.




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