"Un cohete de la Tierra aterriza en un planeta desconocido, donde encuentran lo que parece una ciudad desierta. A medida que los seres humanos comienzan a explorar, se dan cuenta de que la ciudad no está tan vacía como parecía: la ciudad esperaba la llegada de seres humanos. Se trataba del plan de contingencia de una civilización muerta hacía mucho tiempo, preparado para vengarse de la humanidad después de que su cultura fuera barrida con las armas biológicas de los seres humanos. Una vez que la ciudad captura y mata a los astronautas, los cadáveres de los seres humanos se utilizan como autómatas para concluir la venganza de los creadores de la ciudad: un ataque biológico contra la tierra." [1]
Érase una vez, una ciudad
inhabitada, una ciudad encontrada en un planeta que sólo daba vueltas, vacío,
esperando a algún quién sabe quién en el año veinte mil. Las flores caían y
volvían a crecer, las estaciones pasaban una y otra vez en conjunto con el
tiempo transcurrido como es sabido, los ríos se secaron, los campos también
llegaban a secarse. Y la ciudad seguía intacta.
A mediados de éste año, la espera
por aquel quién sabe qué, terminó. Un cohete aterrizó en la ciudad y los hombres descendieron
en dichos campos amarillentos gracias al tiempo con la intención de explorar
ese desconocido territorio. Pareciera como si la ciudad tuviese vida propia;
sus narices olfateaban a aquellos nueve intrusos humanos, olor de acechantes.
Me lo imagino como un olor algo desagradable. A eso olemos nosotros los seres
humanos.
Los hombres comenzaron a charlar,
que si necesitaban protección, que si la ciudad estaba inhabitada o no, las
precauciones que debían tener en lo desconocido, etc. Hacia esto, el efecto que
causaron a la ciudad fue que agudizara su oído. Obviamente después de miles de
años del cansado sonido del silencio, el viento, la brisa moviendo y bailando
con las hojas, una charla entre seres humanos sería algo interesante, aunque a
la vez, algo peligroso de presenciar. El humano es tan capaz de llegar a
terribles circunstancias hacia cualquier aspecto. Pero como siempre, también
mostrando inseguridad y temor. Dicen que éstas dos son algunas de las
principales emociones o estados emocionales
que impulsan al hombre a hacer lo que hace, todo mal, toda aberración.
La Nariz, además de sentir todo lo
anterior junto con Las Orejas, analizó toda la información tal cual como una
computadora, obteniendo como resultado componentes del sudor; cloruros,
sulfatos, ácidos, nitratos, creatinina, azúcares. Algo sorprendente.
La ciudad aún parecía muerta para
los humanos. Había quienes sentían malas vibras, por decirlo así, un mal
presentimiento del lugar donde se encontraban. ¡Sería imposible no encontrar
vida en otro planeta que no fuese el de uno mismo! O al menos eso es lo que
creo yo.
Los hombres quedaron inmóviles,
analizando lo que estaban viendo y las posibilidades que se presentaban por si
lo desconocido aparecía. Por si llegaba a hacer compañía un segundo, un
tercero… o peor… La Oreja ahora sólo lograba captar las respiraciones
inquietantes de aquellos misteriosos y peligrosos humanos que se acababan de
presentar en la ciudad.
Luego, respondiendo a las
solicitudes de La Oreja y La Nariz, crearon unos líquidos, con mezclas de
fórmulas, provocando unas invisibles nubes de vapor que secretaban un olor a
hierba dirigido hacia los invasores. Los cuales siguieron marchando en calma,
investigando todo lo que el tiempo les permitiera de esa ciudad… Y sus
probables habitantes.
Llegó la hora para que Los Ojos de
la ciudad también despertaran.
Aquél humano de entre los nueve que
había tenido un mal presentimiento sobre la ciudad, comenzó a ver cosas que los
demás no notaban por su fascinación con lo demás. Divisó a los lejos las
ventanas de un edificio que se habían movido, habían cambiado de color. Pero
nadie lo había notado. Pobre hombre, lo hubiesen creído un loco, y encima de
eso, un miedoso.
La Ciudad despertó; todo comenzó a
agarrar forma, todo se ajustó y volvió al resplandor. Creo que las ventanas de
aquellos edificios eran los ojos de la ciudad, tendían a dilatarse y aclararse,
entre otras cosas. Unos ojos que observaban claramente a los nueve hombres
vestidos de blanco y portando armas metálicas.
Incluso el piso de aquélla ciudad
estaba diseñada para pesar a estos nueve hombres invasores. La ciudad estaba
despierta, y muy viva. Mientras los hombres se seguían debatiendo entre si
regresaban al cohete, o si seguían con su investigación hacia lo desconocido.
La ciudad se agilizaba cada vez más
en percibir en todos sus sentidos la presencia humana, no logro captar si esto
es algo bueno o malo. Bueno en el sentido en el que siempre es una fascinación
para todos el conocer cosas nuevas, experiencias nuevas. Lo desconocido siempre
es algo asombroso para todos. Pero malo por el lado de que aquellos intrusos
eran nada más y nada menos que seres humanos. ¡Seres humanos! El ser más
peligroso que puede existir en la Tierra, y en este caso, más allá de la
Tierra. El hombre adquiere conocimientos, conocimientos que puede aprovechar ya
sea de mala o buena manera. Desafortunadamente siempre optamos por la mala
manera. Así somos. Queremos lo mejor para nosotros mismos sin pensar en lo
demás ni las consecuencias.
Los suelos, además de pesar a los
humanos, también eran como lenguas que sentían su sabor, un sabor que fue
añadido al conjunto de análisis que los sentidos de la ciudad habían captado.
Yo me preguntaba el resultado final que tendrían sobre los invasores terrestres
al terminar todo este análisis realizado por los sentidos.
El personaje mencionado que tenía
sus sospechas de la ciudad, salió corriendo hacia la nave, debido a que no
podía soportar más el seguir con la investigación, tal vez pudiese ser visto
como un cobarde, pero al parecer él sabía lo que hacía y no le importaba lo que
pensaran los demás.
La ciudad ya había sentido, pesado,
olfateado, escuchado, y todo lo demás que se pudiese a aquellos seres humanos,
así que al sentir a uno de ellos corriendo, decidió hacer una prueba final. Se
abrió una trampa en medio de la calle y se tragó de entre ellos al capitán del
grupo.
El capitán murió enseguida. Una
navaja le abrió la garganta mientras otra se encargaba de abrirle el pecho. Le
vaciaron las entrañas, y las expusieron sobre una mesa. Todo esto ocurrió en el
subterráneo, en un cuarto secreto. Examinaron cada fibra de los músculos y su
corazón. Todo su cuerpo en total fue examinado mientras los demás hombres
seguían corriendo asustados. Todo mientras La Mente de la ciudad sacaba sus
totales.
Los detectaron. Eran los enemigos.
Llegaron a la conclusión de que eran aquellos seres de los que se querían
vengar, aquellos que alguna vez les causaron tanto daño, sin haber sido las
primeras víctimas, sino también incluso habían causado daños hacia las personas
de su mismo mundo. Vaya criatura tan extraña y desleal. El hombre arruinó
aquella ciudad, Taollan, esclavizando a sus habitantes y arruinando todo lo que
alguna vez habían logrado tener
prosperando. Pero eso había sido hace ya hace veinte mil años, otras
personas con otras intenciones, otros hombres totalmente desconocidos hacia
estos nuevos invasores. Pero los habitantes de la ciudad no olvidaban. Para
ellos era lo mismo un hombre al otro. Todos eran hombres, todos eran seres
crueles desde su perspectiva.
La máquina comenzó a construir
nuevamente al capitán que habían capturado para examinar de forma sanguinaria,
pero ésta vez estaba constituido de materiales diferentes, creado
específicamente por y para la ciudad, para defenderla, para hablar en paz por
ella. Su primera acción como renacido fue disparar a uno de sus hombres, en el
intento de hablar, quitando el odio de sus palabras, para hacer comprender a
los otros hombres invasores lo que estaba sucediendo; la ciudad utilizó por fin
otro poder además de sus agudos sentidos, utilizó el poder del lenguaje, lo
cual le sirvió para comunicar sus intenciones. Ya no era más su capitán. Era un
hombre nuevo. Habló en el nombre de la ciudad:
Unos hombres
que murieron; la vieja raza que una vez vivió aquí. La gente que los terrestres
dejaron morir de un mal espantoso, una lepra incurable. Y los seres de esa
vieja raza, soñando con la vuelta de los hombres construyeron esta ciudad. El
nombre de esta ciudad ha sido y es Venganza, en el planeta de las Sombras, a
orillas del mar de los Siglos, al pie de la montaña de la Muerte. Todo muy
poético. Esta ciudad iba a ser una balanza, un papel de tornasol, una antena
que examinaría a todos los futuros viajeros del espacio. En veinte mil años
sólo dos cohetes descendieron aquí. Uno venía de una galaxia remota llamada
Ennt. La ciudad pesó y examinó a los ocupantes de aquel cohete y los dejó ir,
sin un solo rasguño. Hizo lo mismo con los tripulantes del segundo cohete.
¡Pero hoy! ¡Al fin habéis llegado! La venganza será total. Aquellos hombres
murieron hace doscientos siglos, pero dejaron una ciudad para daros la
bienvenida.[2]
Los hombres intentaron escapar, pero
en un abrir y cerrar de ojos fueron atacados por navajas. Después de todo, lo
que causaron dichas navajas fue la inserción de nuevos componentes para los
invasores, así como hicieron con el capitán del grupo. Nuevos hombres. Nueva
mente. Pensamientos y planes para destruir el planeta Tierra con unas bombas
que contenían gérmenes patógenos. El cohete despegó de los suelos. La ciudad
cerró y apagó todos sus sentidos, muriendo así, por fin en paz después de un
largo tiempo.
"Ray Bradbury nació el 22 de Agosto de 1920 en Waukegan, Illinois. En el año 1931 empezó escribiendo sus propias historias. Durante su niñez, fue propenso a pesadillas y horribles fantasías que acabó por plasmar en sus relatos. Genio de la ciencia ficción. La Ciudad aparece en su obra El Hombre Ilustrado en el año de 1951."
No hay comentarios:
Publicar un comentario