Sobre billetes, inflación y la fe en la moneda nacional
Hipótesis
El dinero es
bilateral, puesto que nos necesita tanto como nosotros lo necesitamos. Si un
día, de manera espontánea, decidiéramos no utilizar ninguna forma de pago,
perdería su valor de inmediato. Los billetes, monedas, cheques y demás instrumentos
de la banca contemporánea serían tan inútiles como la p en psicología. Aún así, dicho escenario es tan factible como la
paz mundial, dado que el hombre se aferra al dinero como el náufrago a
cualquier objeto flotador. El ego humano es sólo comparable al tamaño del sol y
tener más dinero que los demás siempre lo aumenta.
Pareciera
entonces que utilizar billetes y monedas es mero capricho de las personas.
Valgo lo que
puedo contar. Lo que puedo exhibir.
Soy mi dinero.
El pato rico de
Walt Disney solía bañarse entre monedas y billetes que usaba como si acabaran
de lavarse con desinfectantes de altísima calidad.
¿Usamos monedas
y billetes, porque representan nuestro valor?
Planteamiento
En un mundo en
donde la obtención de dinero representa el único propósito para la mayoría de
los humanos. Y decimos mayoría, porque los niños deberían ser felices y no
pensar en el dinero antes de ser adultos. En nuestra mayoría también quedan
fuera los enfermos, los jubilados y todos aquellos imposibilitados de trabajar
por razones físicas o simple falta de empleo. Es obvio que existen otras
personas que no podrán incluirse en las categorías mencionadas, pues siempre
habrá algunos que prefieran el trueque o dispongan de herencias maravillosas o
vivan en algún paraíso tropical. Casi todos y por millones de razones distintas
enfrentaremos la necesidad de utilizar estos billetes y monedas. Hasta hoy
instrumentos de cambio necesarios para el funcionamiento de las sociedades.
Entonces quizá resulte normal preguntarnos:
¿Cuál es la
razón de la existencia de las monedas y billetes, si su valor es intrínseco y
efímero además de cambiante y sujeto a las fluctuaciones del mercado?
La respuesta podría
ser que nosotros vivimos existencias limitadas, pero es difícil comparar a un
ser complejo con su razón de existir. Si fuera un mundo utópico, tal vez, el
hombre no se vería tan influenciado por un simple pedazo de papel o un producto
acuñado que lleva comida a la mesa y transforma el trabajo en recompensas de
todo tipo. Es respetable y honorable buscar dinero, después de todo cada
persona requiere de una estabilidad económica distinta a lo que marcan los
salarios mínimos vigentes. Más allá de estas reflexiones de apariencia simple y
sentido del humor disparatado encontramos que las monedas y los billetes en sí
mismos no valen nada. Son metáforas que representan un valor dictado por las
naciones o los sistemas monetarios que rigen el valor de cada moneda alrededor
del mundo.
El uso del
dinero (como nuestros valores y el mismo sol) ha ido deteriorándose. Nos
referimos al altísimo costo que representa acuñar monedas e imprimir billetes.
La paranoia despertada por las falsificaciones encarece la hechura de un
producto que se extravía y se deteriora con demasiada frecuencia. Además se
contamina y se ensucia. Pocos valoran las marcas de agua, los hilos, los
reflejos y las técnicas empleadas en la impresión del papel moneda. El alto
costo de ciertos metales ha conducido a ofrecer minimonedas que se pierden en
los bolsillos y son casi imposibles de utilizar. El dinero se ahorra o se
despilfarra sin pensar en cómo apareció de tal o cual tamaño o con un diseño
innovador. Nos quejamos cuando un billete se rasga o una moneda se confunde con
otra de distinto valor, pero pocos aprecian la belleza escondida en muchos
diseños que entraron y salieron de nuestros bolsillos sin que siquiera
pensáramos en conservarlos. De seguro los coleccionistas de todos los tiempos
protestarán por querer suprimir la numismática, pero ¿no será necesario un
cambio y utilizar tarjetas para representar nuestras ganancias?
En el principio
sólo existía el trueque, cuya finalidad era, en esencia, obtener bienes a
cambio de otros bienes de valor igual o mayor. Después el trueque fue dejado en
el pasado. Ignoramos el momento exacto en que ocurrió, pero de seguro se buscó más
estabilidad y eficiencia –aunque fuera difícil debido que no había precios
establecidos–. Sin importar la causa, el trueque terminó por dejar paso a los
metales preciosos, a las gemas y a otros objetos que por su difícil obtención o
por necesidad colectiva alcanzaban precios como el representado por la sal en
tiempos de los romanos hasta convertirse en nuestro salario actual.
En la página Numismática antigua y medieval española[1],
descubrimos que en una región de Jonia, en la actual Grecia comenzó la
acuñación de monedas compuestas con oro y plata.
La solución
pareció buena durante muchos años. El valor se representaba con la cantidad de
metales valiosos presentes en una moneda. Plata, oro y hasta metales menos
nobles como el cobre, pero llegó el momento en que muchos aprovechaban para
fundir aquellas monedas sin importarles dejar a las naciones sin capital.
Surgió el
dinero-papel para ahuyentar a los fundidores de monedas, debido a la falta de
valor del papel como mercancía. Y en algún momento pareció la solución, claro
que muchos lo odiaron, porque valía sólo la cantidad que le habían asignado,
pues cuesta lo mismo producir un billete de un millón de pesos que uno de cinco
o de diez simples pesos. Además los billetes no eran tan difíciles de
falsificar como en la actualidad.
Decir
actualidad significa que el dinero se represente de otra manera. Ahora se
utiliza el dinero-fiduciario. Un dinero que va y viene sin representación
física. Ahora aparece como formas electrónicas de pago, se representa con
claves interbancarias. Usa internet como bodega bancaria y se manifiesta en
distintas plataformas como celulares, tabletas electrónicas, computadoras y
demás instrumentos. Vive en tarjetas de crédito y débito. Después de muchos
años, siglos, milenios, ya no es necesario moverlo como si fuera una carga tan
pesada como el valor ahí dispuesto.
El dinero
conducido mediante la electrónica representa aligerar los bolsillos y quizá
necesitemos encontrarles otros objetos para depositar.
¿Entonces qué
nos impide digitalizar nuestros billetes y monedas de inmediato?
¿Nos sentiremos
menos seguros sin ellos?
Quizá no
confiamos en los mecanismos de seguridad.
Quizá aún
consideramos que es sencillo “clonar” una tarjeta o descubrir la contraseña
necesaria para transferir los ahorros de nuestras vidas a una cuenta oculta en
algún país inalcanzable.
¿Es la posible
negativa al cambio simple temor al robo?
Conclusiones
Quizá lo
primero que deberían garantizar los sistemas bancarios y las naciones es la
seguridad de cada depósito y cada transacción realizada en línea.
Debería ser
sencillo encontrar justo reembolso cada vez que ocurriera un robo, un error o
un extravío,
La seguridad
ayudaría a dejar en el pasado el uso de billetes y monedas.
Quizá habría
que probar la gradual disminución del circulante en un país del primer mundo y
de ahí avanzar por las diferentes regiones económicas para encontrar virtudes y
defectos.
Quizá resultará
complicado realizar el cambio en un país que no se encuentre en la vanguardia
tecnológica.
En México
habría que contar con redes en cada rincón del país. Multiplicar las conexiones
hasta que cualquier tiendita de la esquina de cualquier pueblo pudiera recibir
nuestra tarjeta.
Ahí surgen las
dudas.
¿Qué pasará si
la energía eléctrica sufre un colapso?
Nuestros padres
han compartido con nosotros frases como:
“El dinero
automático se descompuso”.
“El cajero
automático no tiene fondos”.
“Es quincena y
todos los cajeros automáticos tienen filas larguísimas”.
“Es complicado
obtener una tarjeta de reemplazo en caso de extravío”.
“No tienen red
y no puedo pagar en la tienda.”
Creemos que las
respuestas a estas interrogantes, entre muchas otras posibles, encierran el
tiempo que tardará la población en responder al cambio.
Es difícil,
pero no imposible cambiar la mentalidad de las personas para acostumbrarse a
las nuevas condiciones, pero primero deberán darse respuestas creativas por
parte de quienes manejan la economía mundial.
Es cierto que
más allá de la tradición los billetes y las monedas deben evolucionar. Empezaron
como un objeto asombroso, pero fueron degradándose de la misma manera en que
las monedas pierden el relieve que indica cantidades o representa el rostro de
un héroe. Además tienden a perderse aquí y allá como si quisieran esconderse de
nosotros.
Los billetes se
rompen, algunos abusan de ellos. Los rayan, los someten a todo tipo de olvidos.
Incluso los falsifican con maquinarias cada vez más sofisticadas. Sustituir los
billetes y monedas caídos en sus usos cotidianos es tarea inacabable. Implementar
sistemas para protegerlos de falsificaciones involucra gastos que tampoco
cesan. Antes significaban bosques arrasados para convertirlos en papel moneda.
Ahora se utilizan plásticos en cantidades que aumentan día tras día, pero sería
mejor interrumpir la fabricación de billetes.
Los metales de
las monedas podrían dedicarse a otros usos. Lo evidente es que no pueden
continuar como lo han hecho hasta ahora. La monarquía española sirvió por un
tiempo, pero llegó un momento en el que México necesitaba gobernarse a sí
mismo. Y, ahora, México necesita mejores formas de manejar los recursos
económicos para cimentar con bases firmes el futuro que quisiéramos feliz y
estable.
Creemos que los
seres humanos estamos tan acostumbrados al uso de billetes y monedas como
representación de las finanzas que costará trabajo convencerlos de la necesidad
de establecer otras formas de efectuar transacciones.
Será paulatino
encontrar respuestas creativas que nos ayuden a confiar en las transacciones
electrónicas.
Creemos posible
que mediante campañas continúas se promueva la aceptación del dinero
electrónico. Las empresas ya dan a sus empleados tarjetas de débito que de
seguro han reducido la cantidad de dinero circulante. Por nostalgia o simple
representación de seguridad muchos preferirán contar con sus sueldos como
materia visible, pero poco a poco deberán dar paso a las nuevas propuestas que
dejarán en el olvido a los patos millonarios que sólo hundiéndose en monedas y
billetes podían saber cuan ricos eran.