Desde hace siglos la gente culta sabía que el latín y el griego eran lenguas emparentadas entre sí, y con ello seguían la opinión ya corriente en la época clásica; la leyenda y la superioridad literaria del griego hacían, además, de éste el padre de aquél. Pero hace doscientos años la familia se amplió, en forma de gran fraternidad, al incluirse en la nómina a las lenguas germánicas y al sánscrito. Fue el origen de la lingüística comparada y de la lingüística histórica, nuevos campos que enriquecieron los estudios filológicos. Los creadores fueron un ramillete de sabios en su mayoría alemanes (Bopp, J. Grimm, W. Humboldt, F. Schlegel) y un danés (Rask). Fueron ellos los que hablaron por primera vez de una lengua común, anterior a las conocidas históricamente, lengua que después de muchas vacilaciones llamaron indogermánico, indoeuropeo y también ario. La búsqueda de ese idioma ancestral no sólo era un asunto gramatical, sino que obligaba a preguntarse por los hombres que lo utilizaban y su lugar de origen. Así, la filología ofreció un nuevo tema a la historia, en este caso a la arqueología. Ya no se trataba solamente de una lengua, sino también de un pueblo. Y de ahí que el término ''indoeuropeo'' tenga hoy ese doble significado.
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