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1000 Oldies

sábado, 1 de julio de 2017

La vela ardiente / Mónica Sánchez Carreón


Me considero una persona que lee y disfruta de la lectura. No sé si lo que leo es de calidad o no, pero de lo que sí estoy segura es de que he leído libros tan malos que me lleva meses leerlos o de plano no logro terminarlos debido a que nunca llegó a sentir ningún tipo de conexión. Algunas veces es por la mala redacción del autor o porque la historia que me cuentan nunca me llega a atrapar.
   He tenido muchas lecturas que al menos a mi criterio valen la pena, historias que me obligan a seguir y segur incluso si ya son altas horas de la madrugada, pues las palabras se aferran a mis ojos cansados.
   He conocido varios libros que te enfrascan, he reído hasta que me duele la panza, llorado tanto con un final que a veces es necesario parar de leer por algunos días a manera de luto; he leído y releído aquellas frases que los príncipes les dicen a sus amadas, sintiéndolas como mías.
Los libros son muy peligrosos, tienen el inmenso poder de cambiarte por dentro, de tocarte muy al fondo, oprimir botones y mover cables dentro de tu sistema. Los libros pueden hacerte dudar de muchas cosas y convencerte de otras. Son una fuente enorme de conocimiento y poder.
   Es muy triste ver cómo estas armas de valor incalculable con el tiempo van desapareciendo o perdiendo calidad, viéndose afectadas por la tecnología que las ha desplazado a un segundo y hasta tercer plano. Muchas veces no nos damos cuenta de lo importante que aún son esos libros que desechamos y olvidamos en la parte más polvorienta de nuestro viejo librero.
   ¿Por qué los niños y jóvenes (no todos) de la sociedad actual no se toman la oportunidad de agarrar un libro? ¿Por qué ese deseo de aprender, poco a poco se va a haciendo inexistente? La respuesta para mí es muy clara: los padres ya no les inculcan a sus hijos el hábito de la lectura y por tanto, los niños no buscan leer.
   Yo desarrollé el hábito y amor por la lectura a la fuerza. En quinto año de primaria la escuela nos obligó a comenzar a leer y como siempre me han importado mucho mis calificaciones y el leer un libro contaba para la materia, no vi ningún problema en empezar a leer. Antes de eso, no me causaba curiosidad agarrar un libro por el simple hecho de que mis papas nunca me leyeron o me decían que leer era bueno.
   Entonces en quinto grado agarré por primera vez un libro y no he podido parar. De pronto comencé a leer, porque me gustaba y no porque la escuela me lo mandara. Le pedía a mi mamá que me comprara libros para mí edad y ella con gusto lo hacía. Al principio, como a ella le encantaba ver que su hija se llevara bien con la lectura, me compraba uno tras otro, conforme me los fuera acanbado. Sin embargo, yo cada vez empezaba a leer más rápido y libros más gruesos que costaban más y fue ahí cuando mi mamá empezó a comprármelos solo en cumpleaños u ocasiones especiales. Fue entonces que conocí el PDF, la lectura de los pobres.
   Con mi hermano Mario (más chico que yo por tres años) no hemos tenido tanta suerte. En primaria leía solo por obligación y muchas veces lo hacía de mala gana, leyendo libros para niños mucho más pequeños solo para acabarlos y anotar la lectura pronto. Ahora que entró a secundaria y ya no les piden leer el ha hecho la lectura a un lado. Mi mama trata de hacerlo leer, hasta le ha dicho que cualquier libro que el desee, se lo comprara (frase que hace mucho tiempo yo no escucho). Pero él no cede, está obstinado en no leer. Él no es un niño que no le importe la escuela, pero esa flojera suya es muy grande.
   Ahí están dos casos de niños a los que la lectura se les ha tratado de inculcar, pero las historias terminan muy diferente. Creo que a la sociedad y sobre todo al sector juvenil nos hace falta entender todos los privilegios que un solo libro te puede aportar. Es la única manera de progresar.

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