Había una vez un señor que todos los días que tenía siempre eran iguales, todas las mañanas se levantaba a la misma hora, desayunaba a la misma hora, todas las tardes era lo mismo se dormía a la misma hora, siempre pasaba lo mismo exactamente lo mismo sin que un mosquito de más se atravesara en su camino.
Pero un día algo inexplicable ocurrió. Era una mañana como todas las demás, se levantó pensando en que sería lo mismo que siempre, se preparó para dar su común paseo matutino, cuando salió de la casa vio a una señora que jamás había visto. Cuando la señora volteó para ver quién era y saludarlo se quedó con la boca abierta, era como si el cielo se hubiera iluminado y un hermosísimo ángel hubiera descendido. Inmediatamente corrieron a saludarse como si llevaran años de conocerse, pero jamás en su vida se habían visto, estuvieron platicando mucho rato, como dos horas. En la noche el señor, Robert, se fue a dormir con una sonrisa pintada en la cara, por fin algo diferente le había ocurrido.
A la mañana siguiente Robert y Victoria, la señora, fueron a dar un paseo por el parque, juntos se comportaban como si se conocieran de toda la vida. Estuvieron platicando sobre sus vidas y sobre todo sobre lo que planeaban para su futuro.
Así pasaban los días, se fueron conociendo muy a fondo, hasta que un día Robert no se contuvo más y le dijo que la amaba con todo su corazón, ella muy tímidamente le dijo que durante todos esos días que se habían conocido le había empezado a gustar y llegaron a un acuerdo que intentarían ser una pareja y si alguno ya no quería seguir se lo dirían y romperían, pero si ninguno quería romper entonces se casarían. Ninguno rompió con el otro y al fin de unos años se casaron y ahora tienen dos hijas adorables.
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