Taller de Lectura y Redacción II
José Armando Salcedo
El humano tiende a convertir los conocimientos nuevos en formas cuantitativas, de ahí que tengamos unidades para medir una inmensidad de cosas, como el volumen, la carga eléctrica, la cantidad de materia en un determinado cuerpo, el tiempo, entre otras cosas.
Al tener las cosas medidas, obtenemos gran control y un fácil manejo de ellas. Sin ese control, no podríamos avanzar en el área de conocimiento.
Pongamos como ejemplo al tiempo. Esta medida es definida por la RAE como una “magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro.” Muchos campos científicos tienen una fuerte relación con esta medida. La historia no sería nada sin ella. Es crucial para el análisis de las reacciones químicas. Es lo que mantiene veloz a un doctor al realizar un trasplante de corazón, y lo que nos obliga a correr para llegar puntuales a nuestros salones. Recientemente, la precisión del cronometraje en la velocidad de los neutrinos ha causado revuelo en los grupos de ciencia. Hay cientos de unidades de medida y varios aparatos que giran en torno a esta mesura.
Pero, ¿qué sucede cuando las medidas nos ciegan ante lo que es medido?
Sé que parece un poco irónica la pregunta, porque no puede ser posible que una forma de calcular, que no es ni siquiera tangible, nos evite ver aquello que es calculado. Me explicaré.
Cuando me apresuro para llegar a tiempo a mi clase, uso el tiempo futuro como una referencia que me indica debo estar presente en determinado lugar antes de un momento específico. También, imagino cómo hubiera cambiado la situación actual de haberme levantado más temprano. En ese momento, checo momentos que ya ocurrieron, verifico el tiempo pasado. Mientras corro hacia mi salón, me aproximo al futuro, que es estar en el salón, y me distancio del pasado, que ocurrió metros atrás, cuando comencé a correr. El tiempo presente es el más corto de los tres tiempos, ya que así como llega, se va. Así, podemos ver que el tiempo fue, es y será efímero, es decir, pasajero. Pero, díganme, quién realmente analiza los momentos que acaban de vivir, de una forma meticulosa como la anterior. Yo tampoco lo hago. Tal vez, cuando nos encontremos aburridos. Pero para eso está el tiempo, nos evita este tipo de análisis temporal. Nos facilita la vida.
Es así como las medidas nos permiten pensar de manera distinta, de tener diferentes percepciones. Por ejemplo, si nos dicen que la construcción de un edificio llevó un lustro, y que otro tomó solo un año, puedes pensar que el primero sería el mejor. Pero no tomas en cuenta los recursos usados en la construcción, la cantidad de obreros laborando y las ganas que le echaron. El simple hecho de que una medida de tiempo sea mayor que otra, solo demuestra eso, más momentos en uno que en otro. Hay veces en que eso nos puede cegar, y pensemos que ocurrió algo mejor donde se muestre una mayor cantidad de medida, como los años.
Esto no solo sucede con el tiempo. Lo pequeño suele ser ignorado, y lo grande, subestimado.
Tenemos, por ejemplo, a nuestro Sistema Solar. Un sistema planetario que, como su nombre lo infiere, tiene como centro al Sol. Alrededor de él, ocho planetas siguen su órbita sin descanso.
De hecho, nuestro Sistema Solar no es más que una parte de la Vía Láctea, una de las millones de galaxias que flotan en los confines del Universo.
Nuestro planeta Tierra es uno de los más de 100,000 millones de planetas que hay en la galaxia. Y recalco, sólo en nuestra galaxia.
Las distancias que hay entre los objetos estelares son asombrosas, tanto así que debemos recurrir a medidas mucho más grandes que un kilómetro. Por ejemplo, la Luna está a 1.3 segundos-luz de la Tierra. Puede que esta medida no nos impacte, pero si la convertimos a kilómetros, obtenemos que la distancia entre ambos cuerpos es de aproximadamente 384 mil km. El tamaño del número puede cambiar nuestra percepción de los objetos.
Así, cuando confinamos al Sistema Solar en una hoja tamaño carta, no vemos lo descomunal que puede ser, porque lo subestimamos. No digo que esté mal reproducirlo en una hoja, pero no nos permite ver su tamaño real.
Si damos una hojeada a la historia del mundo, nos percatamos que fue hacia finales del siglo XVII cuando surgió la novedad de observar el cielo a través de telescopios. La tecnología ha avanzado mucho desde entonces, y la imagen más lejana que hemos obtenido se encuentra a más de 13,000 millones de años-luz; aún nos queda mucho Universo por explorar.
Lo curioso es que también en la época anteriormente mencionada surgió la novedad de usar microscopios. Con ellos, navegamos en los confines de otro universo, el diminuto. Así como el territorio astral es inmenso, el mundo microscópico es infinito.
Podemos tomar como ejemplo a una hoja de árbol. A simple vista no veremos el pequeño mundo dentro de ella. Pero si nos acercamos poco a poco, todo cambia.
Debe de estar compuesta por miles de células vegetales. Estas, a su vez, portan organelos, que se asemejan a los órganos vitales que tenemos en nuestro cuerpo. Podemos nombrar uno de ellos, como la mitocondria. Si nos acercamos más, notaremos cómo los cromosomas se unen tejiendo una columna de información genética, es decir, el ADN. Podemos asomarnos aún más, y nos toparíamos con una nube difusa, característica obtenida gracias a la velocidad con la que se mueven millones de electrones alrededor de átomos. Si nos metemos más adentro, las partes de los átomos no tardarían en manifestarse, como los protones y el núcleo. No será sorpresa si vemos volando algunos muones o tauones. Si realizamos un último acercamiento, los quarks se harán escuchar, los cuales son la más mínima expresión de partículas elementales.
Nos detuvimos en quarks porque ya no hay información que me permita adentrarme más, pero no dudo que en el futuro, más términos minúsculos sean descubiertos.
Me atrevo a comparar a nuestro Sistema Solar con la Tierra en su totalidad. Si los electrones fueran estrellas, puede que los humanos y los animales sean cuerpos celestes, como planetas o asteroides. Yo sería un planeta, y mi perro un satélite.
Así, podemos ver que la forma en que etiquetamos las dimensiones puede cegarnos. Si no me creen, vean la película de “Horton y El Mundo de los Quién”, donde a todos, excepto a Horton, les parece impensable que pueda haber una gran civilización en una insignificante “partícula”.
¿Quién dice que no puede haber vida de tan pequeñas proporciones? Tal vez, como tendemos a ver lo que nos rodea con un toque antropomórfico, solo pensamos que, de existir vida, no será pequeña, sino parecida o mejor que el humano, y proveniente del espacio.
Así, quiero concluir esta reflexión diciendo que las medidas, en especial el tamaño, es algo relativo. No determina todo lo que podemos ver, por el contrario, es superficial y para fines prácticos.
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