Un ejercicio
Perla Mariana Gámez Reséndez
3º semestre
Desde aquel preciso e improbable, esperado y tan sorpresivo momento, en el que el sonido perturbante y lastimoso llega hasta lo más profundo de mis tímpanos, siento cómo unos espasmos recorren cada membrana de mi cuerpo, y hacen que las ventanas de mi mundo, se abran nuevamente a la libertad, cual jilguero que es liberado de su prisión de hierro y metal después de un muy buen tiempo.
Como por arte de algún antiguo mago de la edad media, o como un predicador de paz en Jerusalén, mis piernas vuelven a la vida, con un júbilo, cual pocos, al saber lo que les esperaba fuera. Mis zapatos, raspando el gris pavimento de la acera, me conducen hacía una salida segura de mi prisión, a un lugar como pocos, donde el poder respirar no necesita más que voluntad, ahí, donde cada día despierto con nuevos anhelos, con nuevos sueños del día pasado. Donde nadie podrá arrebatármelos.
Al llegar a mi destino, a las impetuosas, y majestuosas puertas de mi vía al mundo real, me despido de lo que hoy vi, tan sólo para retomarlo mañana, pero eso por ahora, no lo quisiera refrescar en mi memoria, preferible guardarlo bajo seguro, hasta que mis ojos parpadeen por última vez este día.
Ya sentada, cual reina en su trono, espero llegar ansiosa, a degustar una delicia de manjar, aunque no tuviese ni la menor idea de lo que será, estoy segura que me sorprenderá.
En el trayecto, en mi camino, diviso tantas y tan olvidadas cosas para mí, cosas que al llegar a mi mundo, olvido por completo, pero a falta de algún entretenimiento, busco pensar, reflexionar y recordar, quizás imaginar, como sería mi vida diferente; es un ejercicio poco recomendado por vuestra servidora y narradora, ya que no en todos los casos, da el mismo resultado, pero sirve, en verdad que sí, para tan sólo quizás, remover un poco de vuestra humanidad, y pensar en alguien más que no seamos nosotros. Pensar un poco en lo que hay afuera de nuestra vacía y congelada vida, llena de la maldad del materialismo.
Al hacer esto, tan sólo el recargarse, y echar la cabeza hacia atrás, en aquella piel motorizada, y disfrutar de vez en cuando de un poco de aquel, nuestro viejo y amado amigo el viento, permitirle un beso en nuestra cara, para que nos llegue la brisa tan delicada que, tan desinteresadamente nos regala.
Aquel astro incandescente, aquella aurora del mañana, golpeaba tan bruscamente los cristales delicados, que, reposaban sobre el puente de mi nariz, al intentar sentir la realidad de un mañana no tan lejano.
Al ver que, el automóvil por fin detenía su marcha, al pie de mi morada, fue de mi necesidad, el carraspear un poco mi garganta para aclarar mis cuerdas vocales y emitir aquel ruido que, usualmente solía hacer, al pronunciar alguna palabra, alguna oración, para así, llamar la atención de la mujer con presencia de acero y carácter de hierro, que manejaba al frente del volante, por los caminos de la vida y llevaba a cuestas la nuestra, un par de pasajeros más, con los que comparto quizás, algo más que sólo el mismo tipo de sangre. Y así fue como le pregunté cortésmente a mi progenitora, si podría ser tan amable de liberar los candados que, me impedían abrir la puerta para estar más cerca de mi libertad, una más, ella sin despegar sus labios, uno con otro, oprimió el botón que hacía tal acción, dí un par de zancadas, hasta otra puerta, que hacía parecer eterna la espera, mientras mi despreocupada madre, atravesaba el jardín, como deleitándose con el aire puro que se respiraba ahí, o que sabré yo.
Hasta que, finalmente, decidió sacar una pequeña pieza de hierro, que liberaba los cerrojos de aquel candado.
Entramos a vuestro humilde cuchitril llamado “hogar” dirigiéndose cada quién a donde quería, como era de rutina, vuestra servidora escaló aquellos bloques de concreto y azulejo, hasta lograr llegar a una puerta más, en ese momento, me sentía como atrapada dentro de una matrioska, esperando, finalmente llegar al último impedimento de la delicada línea, entre mi mundo, y el mundo.
Al girar la manija, una ola de aire cálido, y olor a perfume, se impregnaron una vez más, por los tejidos de mi ropa, y por los poros de mi rostro. La carga que llevaba en un hombro, me fue liberada al postrarla al pie de mi cama, y mis zapatos, salieron volando, cuales mariposas despliegan el vuelo, muy alto.
Finalmente, estaba en donde quería estar, no podría pedir un mejor lugar. Aunque esto no terminará del todo para mí, el sol aún estaba en lo alto, y había muchas y muy variadas aventuras que vivir, memorias que hacer, recuerdos por refrescar, y vida por vivir, aunque esto solo haya sido un fragmento de momentos, no los son todos, pero ésa, ésa es otra historia.
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