Es difícil para mí comenzar este escrito. No soy una
persona que suele compartir sus problemas personales, pero haré mi mejor
intento. Sun Tzu, en El Arre de la Guerra, nos enseña tácticas y estrategias
para salir victorioso del combate armado. Es un libro que fue escrito pensando
en los países y en posibles enfrentamientos que puedan tener. Claro que con el
paso del tiempo, se demostró que tal obra puede enfocarse en cualquier aspecto
cotidiano. Sin duda las guerras armadas son difíciles, pero consideró que se
empareja con la dificultad de las guerras internas que todos, como individuos,
vivimos día a día.
A veces nuestras luchas internas son creadas por nosotros
mismos y no nos damos cuenta. El ser humano tiende a complicarse la vida y a
ver problemas donde nos lo hay. Exageramos situaciones que lo único que generan
es la alteración de nuestros nervios. Soy culpable y víctima de todo lo
anterior. Mi personalidad me hace perder la razón en algunas ocasiones y mi
cuerpo resiente todas estas preocupaciones artificiales. Mi cerebro es un
experto a la hora de convencerme de cosas que no son.
La guerra más fuerte que he vivido a mis cortos 16 años fue
sucedió hace poco más de 12 meses. No profundizaré en el tema, pero si me tomaré
algunas líneas en explicar por lo que mi cuerpo y alma pasaron.
Comenzaré diciendo que en las mañanas, el simple acto de
levantarme de la cama parecía un enorme esfuerzo, no encontraba las ganas de
salir de mi casa y mucho menos de ir a la escuela. No me daba hambre, sentía
dolor en todo el cuerpo.
Cuando nos golpeamos y se nos hace una herida en el cuerpo
nos duele, pero podemos sobarla o tratar de curarla. Sin embargo, las guerras
internas son las peores, ya que el dolor que dejan a su paso es casi inconsolable.
Es un dolor que sabes que está ahí solo porque lo sientes, pero no lo puedes
ver, no lo puedes curar y por lo mismo, se convierte en algo desesperante. Si
lo ves desde afuera, en realidad tuve bastante suerte: el auge de mi dolor duro
solo unas pocas semanas. Ninguno de mis amigos se dio cuenta por lo que estaba
pasando. Por fuera, me veía tranquila, sonriente, feliz. Por dentro, un mar de
sensaciones amenazaban con hundirme. Al menos así es como lo recuerdo.
Aunque es cierto que existen guerras que parecen imposibles
de superar, nadie muere de dolor. Siempre hay que recordar que la vida es muy
corta para desperdiciarla sufriendo. Claro que es inevitable no hundirnos de
vez en cuando con alguna tragedia, pero es importante aprender a levantarse. “Tropezar
no es malo, encariñarse con la piedra, sí”.
A veces dejamos que nuestras guerras internas se vean influenciadas por personas externas. Nos contaminamos de las críticas de los demás. Nos fallamos a nosotros mismos tratando de cubrir las expectativas de personas que jamás estarán satisfechas de lo que hagas. Deseo no sentir rencor hacia nadie, pues las cosas pasan y no deberíamos permitir que disgustos del pasado ensombrezcan el presente. No es justo para nosotros gastar energías enviando vibras negativas a sucesos o personas que no lo merecen. Mejor gastemos esas energías en cosas positivas, mostremos nuestra mejor versión al mundo, hagamos sonreír a las personas y contagiémoslas de buena vibra. El mundo ya cuenta con suficiente odio como para sumarnos.
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