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miércoles, 8 de mayo de 2013

Botón, boton de Richard Matheson / José Armando Salcedo Delgado


Botón, boton de Richard Matheson
José Armando Salcedo Delgado
4º semestre de preparatoria

Día de lectura, y con un cuento de Richard Matheson. De ese mismo autor leímos el cuento “Acero”, obra en la cual se basaría la película Gigantes de Acero. Esta vez, se llamaba “Botón, botón”. Como ya nos tenía acostumbrado Matheson, es una historia sencilla, para leer en menos de media hora.
Una caja con un botón fue entregado a una pareja. La mecánica es básica: si el botón es apretado, muere alguien y eres económicamente estimulado. Obviamente, alguien lo tenía que presionar, si no, no hay trama; lo interesante sería saber quién se atrevería, por qué lo haría y qué sucedería después.
Esta es una de esas historias que te dejan picado desde el principio, poniendo atención a la no tan perfecta redacción, siguiendo el hilo de la cuentacuentos que nos tocó en esa ocasión. Lo experimento seguido con las películas. Soy de los que se queda inmerso en el mundo del filme, y olvida del exterior, hasta cuando los créditos dictan acto de presencia y cortan la experiencia. Ruego por que haya un corto tras los créditos, como suelen hacer los de Marvel, pero no siempre es así.
            Y, claro, también ha sucedido con muchos libros. Apenas vi Los juegos del Hambre, y ya había leído la trilogía completa. La colección de Sherlock Holmes está en progreso, en parte por la dosis semanal recibida los jueves en Universal Channel, y Harry Potter no se queda atrás.
            Resulta interesante notar que las obras citadas han llegado al cine, o están en producción, logrando filmes con grandes efectos especiales, y muchas veces reduciendo o cambiando la historia original. Hay muchos ejemplos; de hecho, se está poniendo de moda jugar con la trama de relatos clásicos, como Hansel y Gretel, Blancanieves, Jack y las habichuelas mágicas, El mago Merlín, entre otros.
“Botón, botón” es otro ejemplo que llegó a la pantalla grande, con un giro en la historia
Y, también es de los cuentos cuyo final no te esperas. Quedas sorprendido. Y si lo piensas con lógica, tiene sentido. ¿Cómo ganas dinero con la muerte de alguien? Ser asesino a sueldo no encaja, la mafia tampoco, ni la venta de órganos. El seguro es la pieza que termina el rompecabezas.
Claro, es imposible que Norma se hubiese dado cuenta. No solemos ver el panorama completo, distrayéndonos con facilidad y desviando la atención a lo evidente. "Es un error capital el teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente, uno comienza a deformar los hechos para hacerlos encajar en las teorías en lugar de encajar las teorías en los hechos", ésta es una frase de Sherlock. Otra dice: "Cuando todo aquello que es posible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad.". Damos por hecho que conocemos a nuestros allegados, a nuestra familia, tal vez hasta a nuestros contactos, no amigos, en Facebook. Pero, por más predecible que sea alguien, el cambio, incluso el más mínimo, es posible. Y, el constante intento por convencer a Arthur para oprimir el botón, deja en evidencia la falta de conocimiento acerca de su pareja.
El relato se centra en el conflicto moral de matar a alguien por dinero. “Una persona es una persona, sin importar su tamaño”, dice Horton el elefante al defender una diminuta partícula, que en realidad albergaba el mundo de los Quién. En este caso, el tamaño no es una variable importante, sino el hecho de conocer o no a una persona, y si por ello vale la pena defender su integridad, su vida. Yo pienso que sí. Si se portó mal, el castigo extremo sería la muerte, pero mejor pospondremos la discusión de la pena de muerte.
El problema surge cuando añadimos a la ecuación el factor del dinero. En un mundo globalizado, y meramente capitalista, el dinero es poderoso e influyente. Por eso, es uno de los deseos frecuentes de los geniecillos en las lámparas. Para sobrevivir, para salir adelante, para todo, el dinero es indispensable. ¿Qué haríamos para conseguirlo? Muchas cosas, como trabajar, pero incluso denigrarnos. Muchas actividades desagradables o indeseables podrían considerarse hechas si hay dinero a cambio. Imaginen si hacer ejercicio, cualquiera, fuese remunerable. Pregúntenle a Messi, o al Chicharito. Recuerden la frase: “Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo”.
Pero, ¿matar? ¿Tan malos podemos llegar a ser? Somos agresivos por naturaleza, pero no violentos. Hace algunos meces, transmitieron en Discovery Channel un documental acerca de la maldad en la gente. Les contaré un experimento hecho para constatarlo.
Se trata del realizado por Stanley Milgram, hace varias décadas. Constaba de una máquina con diversos interruptores, cada uno aplicaba un choque eléctrico con voltaje gradual a un desconocido, que se encontraba en la habitación de lado, sin poder ser visto, pero sí escuchado. El choque se daba si el desconocido cometía un error en las preguntas realizadas, con la excusa de que así aprendería mejor, y éste se efectuaría por el voluntario, un ciudadano cualquiera. El experimentador aseguraba que al desconocido no le sucedería nada. Pero, falsamente éste comienza a quejarse conforme el voltaje aumenta, hasta el punto de expresar la existencia de problemas cardiacos, y el deseo de terminar con el experimento. El experimentador le dice al participante que continúe.
El chiste del experimento es saber si personas comunes eran capaces de llevar a cabo actos de brutalidad y crueldad contra otros desconocidos. El conflicto moral es un factor, y la autoridad (el experimentador) es otro. Lo sorprendente es que, así como hay quienes no se detienen, también están los que no siguen ante la primera queja del desconocido.
 Todo es posible. Todos con capaces de seguir, y determinarlo está en ti. Eso es lo sorpresivo del relato. ¿Tú presionarías el botón? Piénsalo bien.

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