Botón, boton de Richard Matheson
José Armando Salcedo Delgado
4º semestre de preparatoria
Día de lectura, y con un cuento de
Richard Matheson. De ese mismo autor leímos el cuento “Acero”, obra en la cual
se basaría la película Gigantes de Acero. Esta vez, se llamaba “Botón, botón”.
Como ya nos tenía acostumbrado Matheson, es una historia sencilla, para leer en
menos de media hora.
Una caja con un botón fue entregado
a una pareja. La mecánica es básica: si el botón es apretado, muere alguien y
eres económicamente estimulado. Obviamente, alguien lo tenía que presionar, si
no, no hay trama; lo interesante sería saber quién se atrevería, por qué lo haría
y qué sucedería después.
Esta es una de esas historias que te
dejan picado desde el principio, poniendo atención a la no tan perfecta
redacción, siguiendo el hilo de la cuentacuentos que nos tocó en esa ocasión. Lo
experimento seguido con las películas. Soy de los que se queda inmerso en el
mundo del filme, y olvida del exterior, hasta cuando los créditos dictan acto
de presencia y cortan la experiencia. Ruego por que haya un corto tras los
créditos, como suelen hacer los de Marvel, pero no siempre es así.
Y, claro, también ha sucedido con
muchos libros. Apenas vi Los juegos del Hambre, y ya había leído la trilogía
completa. La colección de Sherlock Holmes está en progreso, en parte por la
dosis semanal recibida los jueves en Universal Channel, y Harry Potter no se
queda atrás.
Resulta interesante notar que las
obras citadas han llegado al cine, o están en producción, logrando filmes con
grandes efectos especiales, y muchas veces reduciendo o cambiando la historia
original. Hay muchos ejemplos; de hecho, se está poniendo de moda jugar con la
trama de relatos clásicos, como Hansel y Gretel, Blancanieves, Jack y las
habichuelas mágicas, El mago Merlín, entre otros.
“Botón, botón” es otro ejemplo que
llegó a la pantalla grande, con un giro en la historia
Y, también es de los cuentos cuyo
final no te esperas. Quedas sorprendido. Y si lo piensas con lógica, tiene
sentido. ¿Cómo ganas dinero con la muerte de alguien? Ser asesino a sueldo no
encaja, la mafia tampoco, ni la venta de órganos. El seguro es la pieza que
termina el rompecabezas.
Claro, es imposible que Norma se
hubiese dado cuenta. No solemos ver el panorama completo, distrayéndonos con
facilidad y desviando la atención a lo evidente. "Es un error capital el
teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente, uno comienza a deformar los
hechos para hacerlos encajar en las teorías en lugar de encajar las teorías en
los hechos", ésta es una frase de Sherlock. Otra dice: "Cuando todo
aquello que es posible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que
parezca, es la verdad.". Damos por hecho que conocemos a nuestros
allegados, a nuestra familia, tal vez hasta a nuestros contactos, no amigos, en
Facebook. Pero, por más predecible que sea alguien, el cambio, incluso el más
mínimo, es posible. Y, el constante intento por convencer a Arthur para oprimir
el botón, deja en evidencia la falta de conocimiento acerca de su pareja.
El relato se centra en el conflicto
moral de matar a alguien por dinero. “Una persona es una persona, sin importar
su tamaño”, dice Horton el elefante al defender una diminuta partícula, que en
realidad albergaba el mundo de los Quién. En este caso, el tamaño no es una
variable importante, sino el hecho de conocer o no a una persona, y si por ello
vale la pena defender su integridad, su vida. Yo pienso que sí. Si se portó
mal, el castigo extremo sería la muerte, pero mejor pospondremos la discusión
de la pena de muerte.
El problema surge cuando añadimos a
la ecuación el factor del dinero. En un mundo globalizado, y meramente
capitalista, el dinero es poderoso e influyente. Por eso, es uno de los deseos
frecuentes de los geniecillos en las lámparas. Para sobrevivir, para salir
adelante, para todo, el dinero es indispensable. ¿Qué haríamos para
conseguirlo? Muchas cosas, como trabajar, pero incluso denigrarnos. Muchas
actividades desagradables o indeseables podrían considerarse hechas si hay
dinero a cambio. Imaginen si hacer ejercicio, cualquiera, fuese remunerable.
Pregúntenle a Messi, o al Chicharito. Recuerden la frase: “Es un trabajo sucio,
pero alguien tiene que hacerlo”.
Pero, ¿matar? ¿Tan malos podemos
llegar a ser? Somos agresivos por naturaleza, pero no violentos. Hace algunos
meces, transmitieron en Discovery Channel un documental acerca de la maldad en
la gente. Les contaré un experimento hecho para constatarlo.
Se trata del realizado por Stanley Milgram,
hace varias décadas. Constaba de una máquina con diversos interruptores, cada
uno aplicaba un choque eléctrico con voltaje gradual a un desconocido, que se
encontraba en la habitación de lado, sin poder ser visto, pero sí escuchado. El
choque se daba si el desconocido cometía un error en las preguntas realizadas,
con la excusa de que así aprendería mejor, y éste se efectuaría por el
voluntario, un ciudadano cualquiera. El experimentador aseguraba que al
desconocido no le sucedería nada. Pero, falsamente éste comienza a quejarse conforme
el voltaje aumenta, hasta el punto de expresar la existencia de problemas
cardiacos, y el deseo de terminar con el experimento. El experimentador le dice
al participante que continúe.
El chiste del experimento es saber
si personas comunes eran capaces de llevar a cabo actos de brutalidad y
crueldad contra otros desconocidos. El conflicto moral es un factor, y la
autoridad (el experimentador) es otro. Lo sorprendente es que, así como hay
quienes no se detienen, también están los que no siguen ante la primera queja
del desconocido.
Todo es posible. Todos con capaces de seguir,
y determinarlo está en ti. Eso es lo sorpresivo del relato. ¿Tú presionarías el
botón? Piénsalo bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario