Roma fue por un tiempo la máxima potencia
mundial.
Como muchas otras antiguas civilizaciones, Roma era poseedora de una gran
cultura. Contaba con increíbles sistemas de justicia y de organización política
para su época.
El imperio Romano llego a tener grandes extensiones de tierras bajo su dominio,
llegando a conquistar a su idolatrada contraparte, la antigua Grecia, de esta
manera las culturas se fusionaron y el imperio se enriqueció mas.
Debido a los grandes logros que tuvo, es
obvio que se hubiesen llenado de orgullo, tanto que pudiesen haberse ahogado en
él. Al César le pareció poca cosa la historia de Rómulo y Remo, a quienes se les había considerado los fundadores en una leyenda que ya no le gustaba.
¿Cómo un gran imperio, inspirador de terror y
admiración dejaría que sus vecinos se enteraran o estuviesen conscientes de un origen poco glorioso?
Roma pasaba por tiempos de gloria, incluso podían inventar su propio origen, un origen que al ser
escuchado causara más admiración por este imperio.
Fue el poeta Publio Virgilio Marón, ídolo de
otro famoso poeta Dante Alligeri, a quien se le encomendó la tarea de escribir
una epopeya donde describiera la fundación de Roma.
Traición familiar, engaño, venganza, sed de
poder, los vicios de los dioses, glorificación, nacimiento de un imperio, pero
que marco más perfecto para retratar el tan dichoso origen de Roma.
Virgilio se lo concedió. En su monstruosa obra
la Eneida, que se podría describir como una continuación de la Iliada y la Odisea,
cuenta una gran gama de sucesos que incluye batallas, traiciones,
conspiraciones y donde la fundación de Roma ocurre para consolidar el mito.
Sin embargo, el verdadero origen de Roma no
fue tan asombroso como se describe en las obras de Virgilio.
El verdadero origen se debe a los asentamientos de las tribus latinas, etruscas
y sabinas entre el río Tiber y la Vía Salaria, debido a la cercanía al río,
Roma tuvo gran facilidad de comercio y creció para asombrar al mundo.
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