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martes, 7 de mayo de 2013

Historia / Gerardo Carmona

Historia
Gerardo Carmona Gómez
4° semestre de preparatoria
            “¿Qué tal?”
            “Hola”
            “¿Cómo te llamas?”
            “Maximiliano”
            “¿Cómo el emperador?”
            “Sí, supongo.”
            “Y, ¿qué te gusta hacer?”
            “Pues, no sé, salir, creo.”
            “¿Y de dónde eres?”
            “De un pueblo por ahí”
            “Bueno. ¿Qué me dices de tu familia?”
            “¿Qué tiene mi familia?”
            “¿A qué se dedica?”
            “Trabaja.”
            “¿En qué o qué?”
            “No sé, creo que con mieles”
            “Me encanta la miel; ¿no eres de ese famoso pueblo al este de donde se producen las mieles Cajiunda?”
            “Sí, creo que algo así se llama el negocio familiar”
            “¿Y qué familiar tuyo abrió el negocio?, ¿cómo?; son un éxito sus productos.”
            “No sé, cuando nací ya estaba.”
            “Vaya que eres aburrido, ojalá te mueras por aburrido. Adiós.”
Pensemos que Maximiliano realmente no sabía y era indiferente a esos conocimientos, y que no era sólo una persona amargada que intenta evitar una conversación. Notamos que Maximiliano no ayudaba a platicar, por más que le intentaban sacar palabras daba respuestas frías y cortantes, con lo que entorpecía el poder establecer una verdadera conversación, y por ende, imposibilitaba llegar a alguna relación amistosa. Parece exageración, un individuo que desconoce su historia, en este caso familiar, se limita a responder de manera breve lo que se le pregunta, sin poder ir más allá; pero puede llegar a suceder. Con esto se señala de manera clara una de las razones por las que es importante conocerse a uno mismo, a la familia y a la historia: tener de qué hablar.

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