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miércoles, 22 de mayo de 2013

La vela ardiente de Mike Gelprin / José Armando Salcedo Delgado


 La vela ardiente / The Candle Burned
José Armando Salcedo Delgado
4º semestre de literatura

El inglés está en todas partes. No como en primaria, cuando solo lo escuchaba durante una clase ex profeso. Eran tiempos más simples. Desde los comienzos de esta década, el inglés ha logrado infiltrarse de muchas formas a mi vida. No causa molestias, por el contrario, fortalece. Estudiar idiomas beneficia al cerebro, además de abrir nuevas posibilidades y oportunidades. ¿Será producto de la globalización, o de la cercanía mexicana con nuestros vecinos gringos? Lo importante, es su inesperada aparición a través del proyector, justo en la clase de Literatura.
            Mike Gelprin, un autor casi inexistente en línea, escribió el interesante cuento. Nos sitúa en mundo futurista y, a me parecer anti-utópica, donde la literatura ha muerto, y su última esperanza vive con Andrey Petrovich. Maksim es de los pocos en reconocerlo, y acude con él para aprender. Pero el cuento gira inesperadamente, revelándonos la identidad robótica de Maksim. Un final desesperanzador, hasta que Mike nos regala uno mejor. Los niños bajo la supervisión de Maks buscan ingresar al mundo literario. Una vela prendida, en medio de la tempestad.
            Fue de mi agrado leer este relato. Si es escudriñado a conciencia, muchas enseñanzas son capaces de aflorar.
            El relato se ubica en el futuro. ¿Qué creen que pueda ocurrir? Adivinaron, seguirán viendo a Chabelo los domingos por la mañana. Y muy probablemente el campo tecnológico alcanzará niveles inimaginables. Vehículos voladores, realidad aumentada, todo tipo de artilugios, tal vez no blancos y brillantes como los pinta Hollywood, qué sé yo.
            Pero no necesitamos adelantarnos al futuro para revisar el impacto tecnológico. La tecnología actual ya es bastante poderosa e influyente. La hallamos por doquier. Televisión e internet son imprescindibles en todo hogar. He visto casas  necesitadas, con una antena de Sky encima. Teléfonos inteligentes y tabletas, frágiles y costosos, figuran en la lista de deseos navideños. Los aparatos actuales tienen a ser desechables y reemplazables con rapidez. Nos absorben y encadenan. Confiamos mucho en ellos. No basta voltear hacia el cielo y sentir la temperatura exterior, mejor checar el clima en línea. Para qué explorar mi ciudad, si hay mapas virtuales. Por qué salir de mi casa a visitarte, si es menos exigente videollamarte.
            ¿Qué reluce más al hablar del futuro? Ciencia, tecnología, medicina, robots, tuercas, pantallas, lucecitas. ¿Es todo? Nadie habla de arte, películas, diversión, noviazgo, viajes, escuelas, literatura. “La literatura murió porque no encajaba en el proceso evolutivo. Pero solía llevar la sabiduría de la humanidad a las siguientes generaciones. Solía nutrir almas y construir espíritus”. ¿Acaso Mike presagiaba el futuro, como muchos lo hacen?
            El sustantivo literatura, para contexto de este escrito, tiene un significado inmenso. No solo representa el arte de jugar y crear a través de las palabras, sino que carga con el peso de todos y cada uno de productos de tal arte, incluidos billones de palabras registradas desde el poema de Gilgamesh, hasta, si me permiten el atrevimiento, nuestros comentarios escritos por encomienda de esta clase, así como las obras futuras de la humanidad que merezcan ser incluidas. Qué honor recibe tal sustantivo.
            La literatura cumple con una función especial. Permite registrar eventos, ideas, sentires, laberintos, paisajes, y una infinidad de entidades, imposibles de retener solo con la mente. La literatura es una extensión del cerebro. Suena bonito. Me parece conveniente recordar dos frases relacionadas: “Los pueblos que no saben su historia, están condenados a repetirla”, y “los victoriosos escriben las historias”. Disculpen si cambié ciertas palabras.
            La literatura es fuerte, y ha sabido manifestarse sin dar cabida al olvido. No le importa si son piedras y cinceles, tinta china y pergamino, hojas, grapas y pegamento, hilo y papel, pixeles y caracteres, ideogramas o letras, siempre halla la forma de plasmarse y perdurar.
            No importa el formato, sino aprovecharlo. Maks se dio cuenta. Es irónico. Un robot abrió los ojos antes que la mayoría de los humanos. Quiere rescatarlos, regresarlos a su forma llena de vida, alma y espíritu, demostrando que los de su clase no son tan malos, como lo hicieron en su momento Wall-e, Sonny, o el robot bicentenario.
            Lamentablemente, a Maks lo aplastan por rebelarse a lo establecido. Es difícil aceptar lo común como incorrecto. Mejor tacharlo como error, diferente, indeseable.
            Como conclusión, retomo una pregunta hecha párrafos atrás. ¿Acaso Mike Gelprin presagiaba el futuro? No lo sé. Mi percepción del futuro es cambiante. Mejor parafraseo a Owey, la tortuga y maestro kung-fu: el pasado ya no importa, el futuro es un misterio, y el hoy es un regalo, por eso se llama presente. Somos afortunados de tener aún la oportunidad de leer, e incluso de tener Literatura dentro de la lista de materias escolares. Lo mejor que podemos hacer es aprovecharla, y dar el ejemplo. Quién sabe, tal vez nuestros hijos, sus hijos, o nosotros mismos, vivamos dentro de un contexto similar al de Andrey Petrovich.

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