La vela ardiente / The Candle Burned
José Armando Salcedo Delgado
4º semestre de literatura
El inglés está en todas partes. No como en
primaria, cuando solo lo escuchaba durante una clase ex profeso. Eran tiempos más
simples. Desde los comienzos de esta década, el inglés ha logrado infiltrarse
de muchas formas a mi vida. No causa molestias, por el contrario, fortalece.
Estudiar idiomas beneficia al cerebro, además de abrir nuevas posibilidades y
oportunidades. ¿Será producto de la globalización, o de la cercanía mexicana
con nuestros vecinos gringos? Lo importante, es su inesperada aparición a
través del proyector, justo en la clase de Literatura.
Mike
Gelprin, un autor casi inexistente en línea, escribió el interesante cuento. Nos
sitúa en mundo futurista y, a me parecer anti-utópica, donde la literatura ha
muerto, y su última esperanza vive con Andrey Petrovich. Maksim es de los pocos
en reconocerlo, y acude con él para aprender. Pero el cuento gira
inesperadamente, revelándonos la identidad robótica de Maksim. Un final
desesperanzador, hasta que Mike nos regala uno mejor. Los niños bajo la
supervisión de Maks buscan ingresar al mundo literario. Una vela prendida, en
medio de la tempestad.
Fue
de mi agrado leer este relato. Si es escudriñado a conciencia, muchas
enseñanzas son capaces de aflorar.
El
relato se ubica en el futuro. ¿Qué creen que pueda ocurrir? Adivinaron, seguirán
viendo a Chabelo los domingos por la mañana. Y muy probablemente el campo
tecnológico alcanzará niveles inimaginables. Vehículos voladores, realidad
aumentada, todo tipo de artilugios, tal vez no blancos y brillantes como los
pinta Hollywood, qué sé yo.
Pero
no necesitamos adelantarnos al futuro para revisar el impacto tecnológico. La tecnología
actual ya es bastante poderosa e influyente. La hallamos por doquier. Televisión
e internet son imprescindibles en todo hogar. He visto casas necesitadas, con una antena de Sky encima. Teléfonos
inteligentes y tabletas, frágiles y costosos, figuran en la lista de deseos
navideños. Los aparatos actuales tienen a ser desechables y reemplazables con
rapidez. Nos absorben y encadenan. Confiamos mucho en ellos. No basta voltear
hacia el cielo y sentir la temperatura exterior, mejor checar el clima en
línea. Para qué explorar mi ciudad, si hay mapas virtuales. Por qué salir de mi
casa a visitarte, si es menos exigente videollamarte.
¿Qué
reluce más al hablar del futuro? Ciencia, tecnología, medicina, robots,
tuercas, pantallas, lucecitas. ¿Es todo? Nadie habla de arte, películas,
diversión, noviazgo, viajes, escuelas, literatura. “La literatura murió porque
no encajaba en el proceso evolutivo. Pero solía llevar la sabiduría de la
humanidad a las siguientes generaciones. Solía nutrir almas y construir
espíritus”. ¿Acaso Mike presagiaba el futuro, como muchos lo hacen?
El
sustantivo literatura, para contexto
de este escrito, tiene un significado inmenso. No solo representa el arte de
jugar y crear a través de las palabras, sino que carga con el peso de todos y
cada uno de productos de tal arte, incluidos billones de palabras registradas
desde el poema de Gilgamesh, hasta, si me permiten el atrevimiento, nuestros
comentarios escritos por encomienda de esta clase, así como las obras futuras
de la humanidad que merezcan ser incluidas. Qué honor recibe tal sustantivo.
La
literatura cumple con una función especial. Permite registrar eventos, ideas,
sentires, laberintos, paisajes, y una infinidad de entidades, imposibles de
retener solo con la mente. La literatura es una extensión del cerebro. Suena
bonito. Me parece conveniente recordar dos frases relacionadas: “Los pueblos
que no saben su historia, están condenados a repetirla”, y “los victoriosos
escriben las historias”. Disculpen si cambié ciertas palabras.
La
literatura es fuerte, y ha sabido manifestarse sin dar cabida al olvido. No le
importa si son piedras y cinceles, tinta china y pergamino, hojas, grapas y
pegamento, hilo y papel, pixeles y caracteres, ideogramas o letras, siempre
halla la forma de plasmarse y perdurar.
No
importa el formato, sino aprovecharlo. Maks se dio cuenta. Es irónico. Un robot
abrió los ojos antes que la mayoría de los humanos. Quiere rescatarlos,
regresarlos a su forma llena de vida, alma y espíritu, demostrando que los de
su clase no son tan malos, como lo hicieron en su momento Wall-e, Sonny, o el
robot bicentenario.
Lamentablemente,
a Maks lo aplastan por rebelarse a lo establecido. Es difícil aceptar lo común
como incorrecto. Mejor tacharlo como error, diferente, indeseable.
Como
conclusión, retomo una pregunta hecha párrafos atrás. ¿Acaso Mike Gelprin presagiaba
el futuro? No lo sé. Mi percepción del futuro es cambiante. Mejor parafraseo a
Owey, la tortuga y maestro kung-fu: el pasado ya no importa, el futuro es un
misterio, y el hoy es un regalo, por eso se llama presente. Somos afortunados
de tener aún la oportunidad de leer, e incluso de tener Literatura dentro de la
lista de materias escolares. Lo mejor que podemos hacer es aprovecharla, y dar
el ejemplo. Quién sabe, tal vez nuestros hijos, sus hijos, o nosotros mismos, vivamos
dentro de un contexto similar al de Andrey Petrovich.
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