Rayuela
Gerardo Carmona Gómez
Un libro siempre valdrá por una
cantidad de libros distintos igual a la cantidad de individuos que pueden o
llegan a leerlo. La razón es que cada quien comprenderá de una manera distinta
el libro; poseerá una perspectiva diferente de los demás, aun cuando esta
diferencia sea mínima. Agregado a ello las demás posibles formas de
interpretarlo producto de distintas etapas de vida, los pensamientos que genera
éste, pueden ser muy distintos. Pero éste libro vale por miles en otra forma.
No posee un orden para leer sus capítulos, por lo que existe una posibilidad de
combinaciones en el orden de los capítulos confundible con el concepto de
infinidad. Podría asegurarse como una meta inalcanzable probar todas las
combinaciones (o siquiera la mitad de ellas) durante una, dos o tres vidas
humanas.
Cada combinación resultaría en una
historia distinta, semejantes entre todas, y algunas quizá muy parecidas debido
a la simple diferencia de la ubicación de dos capítulos, y otros, por esa misma
razón, con un sentido apenas parecido.
Rayuela, de Julio Cortázar, es este
libro. “Rayuela” quizá por el juego que conocemos como “bebeleche” o “avioncito”
y cómo se combina el salto de los números o cuadros, por lo que a veces se
llegan a desafiar las leyes físicas de espacio (claro, en casos extremos).
Rayuela de Cortázar desafía, en cierta forma, las leyes físicas del tiempo.
¿Habría sido esa la intención de Cortázar? ¿Una novela
en la que no importa si uno olvida el capítulo en el que había quedado, pues
podría siempre iniciar desde cualquier otro al azar y continuaría una historia?
¿o habría sido quizá, sólo un accidente, un olvido de la coherencia entre los
capítulos que produce una sensación de la presencia de ella sin importar qué
orden se siga? Razón por la que se haya presentado así es irrelevante quizá, y
el resultado es aquello de verdadera importancia. Sea cual fuere el motivo,
significó una obra innovadora, hecho que haría popular al libro, fuese bueno o
malo, incluso.
Es, sin embargo, bueno. Encontré una
lectura cómoda, un estilo interesante, sin duda, pero que puede llegar a
agobiar. Pareciera divagar con hechuras y relaciones bien justificadas, en caso
de haber sido planeadas, pero tanto divagar y recordar historias lo transforma
en un compendio de anécdotas narradas a manera de prosa poética. Se maneja, a
su vez un lenguaje no tan rebuscado, lo que algunos consideran verdadera cultura:
saberse expresar de una manera adecuada con el uso de un lenguaje coloquial.
El libro parece, además, una manera
de conocer la emblemática ciudad de París. No como un turista que va a conocer
la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo o La Catedral de Notre Dame, sino, como
alguien que pasea de manera habitual las calles de la ciudad. Se mencionan
parques, puentes, una panadería que quizá ya no existe (si es que existió),
algún popular café y más.
Es uno de esos platillos que vale la
pena consumir, un platillo que es bueno probar por ser saludable, por ser de un
sabor exquisito y por ser al mismo tiempo preparado con ingredientes extraños,
ese tipo de platillo me parece Rayuela.
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